Bienvenidos a esta conjuración de verbos y mundanas inquietudes, a estos cánticos forjados en agua, a mis laberintos, a mi noche de pájaros...

24/1/08

APOLOGÍA DE JANIS JOPLIN







“a cantar dulce y a morirse luego.
no:
a ladrar.”

(Alejandra Pizarnik)






Tan sólo 27 años y una generación de luces por detrás. La diosa blanca del blues, como la llamaban en su tiempo, muere el 4 de octubre del ’70 en la habitación de un hotel de Hollywood, a causa de sobredosis de heroína. En esos días estaba grabando “Pearl”, su último disco en vida, que sería lanzado en 1971. Después, las canciones inéditas, las raras, las cartas a su familia, los recuerdos, Monterey, Winterland y Woodstock.
Habría de ascender al mundo el 19 de enero de 1943, en Port Arthur (Texas), bajo la estrella del rock naciente.
Janis J. surge de la música con la voz hecha jirones, grita ensueños en cada soplo de guitarra. Una Diosa que aflora sublime y nos canta, desde su altar predilecto, que hay un fuego dentro de todos nosotros, una miseria de perfumes o letargos para no caer mil y tantas veces. (Quizás un estigma para volverse gema arrancada de la sombra.)
Nos confiesa tiempos de verano, nos invita a llorar su melodía de fantasmas y semillas cósmicas. Como descubre Pizarnik en su poema: “gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia”, mezclar sal y llaga permanentemente, ungirse a través de la música.
He aquí la cantante haciendo eco de los agujeros de ausencia mediante las desolladuras otorgadas por el blues, el jazz, y por qué no, el R&B.

He aquí el designio de una diva en viaje constante hacia el edén como final escogido. Es decir, el edén propio, o los espectros.